Una tarde de tormenta
CASILLAS DE CAMPO
Casilla Los
Rabadanes
“¡Antonio, aprisa,
llévate a la Pinta hacia el carro, que nos vamos; aquéllas nubes no traen nada
bueno ¡“ Antonio, era un niño de apenas 12 años de edad, que ya ayudaba a su
padre en las tareas agrícolas. Pinta, era una mula joven y fuerte con la que
araban las áridas tierras ubicadas en los parajes de Peruchón y Casilla de los
Rabadanes.
Casilla de Murcia
(Peruchón)
A principios de los años 60 del pasado siglo XX, un chaval
de 12 años, ya tenía asignadas ciertas faenas inherentes a los trabajos del
campo (tareas rurales). Siempre vigilados y dirigidos por sus padres, que
necesitaban de ellos para llevar a cabo todas y cada una de dichas tareas
(labrar, quitar las malas hierbas, trillar, vendimiar, etc.)Aquel día, Antonio,
a pesar de ser todavía un crio, se portó como un hombre, no se asustó ante la
amenaza de la tormenta –la presencia de su padre, también le daba una gran
seguridad y confianza en sí mismo.
Era primavera y el día había amanecido soleado, nada
predecía lo que a media tarde, iba a suceder. Cuando el padre, que también se
llamaba Antonio, enfilaba el recto surco que producía el arado tirado por la
mula Pinta, mirando al frente, en el horizonte, se percató de las primeras
nubes, que se asemejaban a botijos. Recordó entonces el dicho popular o refrán
“Mucho se están hinchando los botijos”. Enseguida comprendió que la tormenta
iba a ser de las que dejan huella. Entre ambos, recogieron todos los aparejos y
reemprendieron el camino de regreso al pueblo. Corrían las torrenteras, los
caminos rebosaban agua, y el granizo golpeaba con fuerza sobre sus cuerpos que
protegían como podían. Al llegar a La Cañada, lugar donde la acequia –conocida
como Arroyo de la Cañada-, se cruza con el camino principal, se encontraron con
algo, que, no por inesperado, dejó de sorprenderles: el agua desbordaba con
creces el camino, y no tuvieron más remedio que dar la vuelta y regresar a la
casilla. Esta era, entre otras varias, una de las principales funciones que
ejercían las Casillas de Campo o Rurales.
En aquéllos años, cuando apenas un par de tractores araban
las tierras, las citadas Casillas, ofrecían un gran servicio a los trabajos
agrícolas. Daban cobijo, no solo a las caballerías, sino, también a los
agricultores, y enseres necesarios para realizar dichos trabajos. Estas estaban
construidas con materiales absolutamente primarios: piedras del propio terreno
entrelazadas entre sí y sujetas con un poco de argamasa, o sea, barro. El
techo, generalmente a dos aguas, estaba construido con palos de madera de pino,
sujetos a una viga más grande y fuerte, y debajo, cañas con barro. Por encima
de todo, el tejado, con sus correspondientes tejas.
Todas las Casillas, tienen en su interior los mismos
elementos: un apartado especial para las caballerías –diáfano- con tres o
cuatro pesebres para la comida. Era, sin duda, tan cuidado como la parte
reservada –una chimenea y algún poyete de piedra- para las personas. Las
caballerías (mulas, tanto hembras como machos), eran especialmente cuidadas; su
papel, su trabajo, en las tareas agrícolas, era, obviamente esencial. Por ello,
debían estar perfectamente atendidas en todo momento. Eran el equivalente a los
tractores de hoy en día.
Por boca de los pocos hombres de campo –agricultores de toda
la vida- que, afortunadamente, conviven con nosotros en la actualidad, sabemos
que ellos mismos, con sus propias manos, levantaban las paredes de la “casa”
que posteriormente les habría de proteger. Transportaban con sus carros los
materiales necesarios, en algunos casos, a gran distancia del núcleo urbano,
con respecto del lugar de ubicación de la Casilla.
La vida del
agricultor, ha sido, y sobre todo fue, muy dura. Parte de ella, queda reflejada
en el interior de estas Casillas de Campo. Cuánta vida hay en estas Casillas.
Cuánto esfuerzo reflejado. Que de sacrificios. Cuántos sudores invertidos.
Pero, también, por supuesto, muy buenos recuerdos, momentos de alegría,
impregnados de vida, sueños y esperanza. Por ellas ha pasado la vida de tantos vecinos,
trabajadores, hombres de campo, hombres de pueblo. Con su posible desaparición,
esperemos que sea a largo plazo, también se irán recuerdos y vivencias de sus
gentes, de sus dueños.
Una tarde de tormenta
Reviewed by Miguel Valiente Belmonte
on
febrero 02, 2018
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